Un pasillo mágico para todos

25.12.2021

Es mediodía del día de Navidad en España. 

Las casas donde el regordete finlandés ha adelantado la alegría de los regalos, con una pequeña muestra de lo que llegará el seis de enero, aún conservan el bullicio que sucede a los pasitos que se aventuran a abandonar la cama, para descubrir que la magia se ha cumplido bajo el árbol, un año más.

En otros países, los cachorros aún duermen. La mayoría se revuelve en un duermevela impaciente. En California, por ejemplo, son las cuatro de la madrugada. Allí, es posible que el intrépido curioso que estruja el borde de la manta deseando levantarse, aún no se atreva a hacerlo, porque podría tener la mala suerte de toparse con Santa.

En Nueva York son las seis. El intrépido ya ha puesto un pie en el suelo, mientras su respiración se agita, y sus pequeños pulmones bailan frenéticos al son de un alocado corazón lleno de ilusión y una pizca de temor (ésa debería ser la única vez que los niños experimenten el temor a la decepción). El pequeño hace acopio de valor y, sigiloso como un gatito, deja que la emoción le guíe de puntillas por un pasillo fantástico que solo aparece una vez al año. Bueno, dos en los lugares donde también recibimos a los Reyes Magos.

Este nuevo pasaje, este túnel cuyas paredes salpican diminutas chispas de colores al paso del niño, y hace resonar para él los cascabeles soñados, es un velo dorado que en esta noche cubre las paredes del pasillo por el que rutinariamente, cada día lectivo, el niño se precipita a soltar la mochila del cole en su habitación para abalanzarse a la cocina en busca de la merienda.

El pecho del niño vibra como un bombo. Vigila que el ritmo de los ronquidos o las respiraciones regulares del sueño adulto mantenga su cadencia. Si el sonido de una sábana le indica que alguien se levanta, el aventurero está perdido.

Por fin alcanza el lugar donde puso el árbol, esa tarde que inaugura los días más felices de los niños. En un tímido preámbulo del amanecer, pequeños destellos dibujan líneas que el prodigioso cerebro infantil torna en las formas deseadas.

Se cubre las manos con la boca para ocultar -siempre a destiempo- su exclamación aspirada.

En España miles de niños ya llevan horas disfrutando de sus juguetes, libros, juegos, pinturas, patines, patinetes, bicicletas, etc.

Pero a este niño aún le toca esperar un poco más para abrir sus regalos: redondos, cuadrados, rectangulares... Paquetes brillantes, inmensos, que le reclaman y atraen como golosinas de colores.

Con miedo a romper la magia, el niño cruza como una estrella fugaz el pasillo mágico para volver a la cama y refugiarse, bajo la manta, de su propia impaciencia. El estómago ruge, los ojos no parpadean y los pies no se están quietos.

Que nunca perdamos la ilusión de los niños. Que a ningún niño le falte esta vivencia. Que el trineo del regordete finlandés -o su equivalente en cada cultura del globo- no pase de largo ningún hogar. Que se detenga en todos.

Que la fantasía perdure en los corazones infantiles, para tornar en esperanza en los futuros adultos, e imaginación para esbozar un mundo donde la igualdad permita que todos los niños, sin excepción, surquen su pasillo mágico de puntillas, sobre una alfombra de ilusión. Que nunca, jamás, un niño encuentre la decepción al final.

Feliz Navidad para todos.

Patricia Vallecillo © Todos los derechos reservados 2021
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